¡¡Las fechas de los concursos se acercan!! ¡¡Y no tengo nada decente para presentar!! ¡¡Gññññ!!
Pues nada, se saca del armario otra maqueta nuevecita con el argumento "esta me la monto en un plis" y ale, se le mete lija sin piedad, con mucha prisa y poco cariño. Dos días despues descubres que está quedando fatal, asin que se saca oooootra maqueta nueva, con la misma intención.... y el mismo resultado (¡Obvio!)
Tras varios intentos y a una semana vista, la decisión es clara: intentar terminar una de las chorrocientas maquetas inacabadas, con la esperanza de que los duendes modelísticos hayan reparado esos problemillas que las llevaron al destierro. Tal y como era de esperar, los duendes siguen de vacaciones (si, se llevaron esas piezas que incomprensiblemente sigues sin encontrar y también alguna otra que aún no has echado de menos) y han pasado olímpicamente de reparar nada de nada. Da igual, dándole un poco de pintura, pegamento y mucho amor propio se intenta sacar algo decente... Total, tampoco estaba tan mal, no?
Con dolor de espalda, calambres en los brazos y alguna que otra noche sin dormir, la maqueta es colocada en una peana improvisada con el tiempo justo de pegarse una ducha y salir pitando. La parienta observa la escenita desde el quicio de la puerta del tallercito mientras medita sobre qué será menos sano, si el disolvente de lacas, la resina de poliuretano, la pintura en el desayuno o el concursito de los cojones.
Claro, que así pasa... al llegar al concurso y ver la maqueta entre las del resto de participantes, la sensación que produce es sólo comparable a colarse en un bodorrio vestido de chandal y sudadera. Con un poco de suerte no hay mucha participación y se puede rascar una mención o algo...
Al final vuelves a casa con las orejas gachas y con la maqueta (rota probablemente, dependiendo del concurso) en una cajita de la que no saldrá hasta el año que viene, cuando esa caja tenga que hacer de transportín para llevar otro churro de última hora al concurso de turno.
Doctor... ¿es grave?