Hace más o menos 5 años después de uno de esos saraos que hacían antes en el Ifema al finalizar la temporada, al pedirle un autógrafo a Carlos Sainz se me echó encima la mitad de la plantilla de Securitas y me arrugaron una pequeña libretita donde ya me habían firmado Luis Climent y Dani Solá. Bien es cierto que Carlos no dijo ni mu, que fue un señor con cazadora beige, gafas de sol y melena canosa a lo Príncipe de Becquelar (pero con gomina) el que con acento camioneril espetó "¡no se puede!", pero insisto, Carlos no dijo ni mu... pudo haberme salvado de la melée de gorilas y no lo hizo. Esta vez ni lo intenté, a pesar de que le tuviese a la distancia de un escupitajo, de que el Jarama estuviera desierto, y de que en la asistencia de Skoda no hubiese ni rastro del señor Lacalle, sólo 3 o 4 mecánicos que me miraban incrédulos por ser la única persona viviente aparte de ellos en todo el circuito.
Y ahí estaba yo pasando un frío del demonio a las 7:45 de la mañana, recién salido de currar en el turno de noche y con las tostadas con tomate y el café que desayuné en un bar de obreretes aún en la garganta. Hasta las 10 no empezaba el shakedown, pero no podía hacer otra cosa: si hubiera vuelto a casa me habría metido en la cama y no tenía nada claro el poder ir al rally el día siguiente. Encogidito dentro del abrigo, debajo del gorro y envuelto en la bufanda debía parecer un mochuelo negro con el pico rojo parapetado en la valla de la asistencia. Del skoda salió Luis Moya, hablando con vete-tu-a-saber-quién (¡yo no vi a nadie!) acerca de que no había usado nunca el HANS y se le hacía raro. Que tío, es una metralleta hablando.
Yo ya formaba parte del paisaje después de 20 minutos mirando el Fabia WRC, así que tenía la oreja puesta cuando llegó algún mandamás del rally en un coche y Luis le dijo que había que señalizar bien nosequé salida de nosequé tramo, y le empezó a contar una anécdota que le pasó a Nicky Grist en Australia. ¡Quién pudiera invitarle a uno o doscientos cafés y que le contase las mil y una batallitas del mundial! Ya lo intenté con uno de los fotógrafos jurásicos del mundillo, pero entre que el tío no se deja ver más de 5 minutos seguidos (y si parpadeas, desaparece) y que responde a los emails con "El SanRemo? Mu rica la pasta" no hay forma. Ntch, a ver si alguien publica un libro, que si no, veo crudo esto de las anécdotas WRC.
Como buenamente pude, intentando no invadir la intimidad del equipo (ya me tenían fichao, si me hubieran tenido que llamar la atención me hubiera hecho caquita) le hice algunas fotos de detalle al Fabia, ya sabeis, como para montar la maqueta del siglo: los anclajes de los amortiguadores, las barras, la rueda de repuesto, los cierres, las bisagras del maletero... esas cosas que a los modelistas nos interesan y que en las revistas no salen. Ni falta hace decir que los mecánicos me miraban cada vez más estupefactos: Que coño hace este tío aquí desde primera hora de la mañana, pegado a la vallita haciendo fotos al gancho de remolque. Se lo cuentas a un manco y le salen piernas, que diría Cándida. Al final, entré en razón: no creo que me compre esa maqueta; y si me la compro, no creo que la monte; y si la monto, no creo que haga el superdetallado; y si decido hacerlo, seguro que no encuentro las fotos...
Poco a poco fue llegando algún fotógrafo, algún grupito de fans (que sí se hicieron foto con Carlos, que bien le sale la sonrisa forzada al jodío) y algún participante más. Así que nada, aprovechar a mover las piernas y ver otros coches, y ya de paso intentar mezclarse entre las masas. Un par de horas después los coches ya rodaban por el Jarama y el ambientillo normal se iba formando: ahora me pongo a verlos en las S de LeMans, ahora en la hípica, ahora voy a echarle un ojo a los clásicos.... Pero claro, cada vez que pasaba por el chiringuito de Skoda, era inevitable que tanto piloto como copiloto como mecánicos me mirasen. Me supongo que la frase "ahi está el zumbao ese de esta mañana" rondaría sus cabezas...
Con los ojos resecos, las tostadas aún regurgitando y los pies congeladitos me volví para casa a la hora de comer. Lasaña precocinada empujada con un cacho de pan y a la cama, que al día siguiente tocaba madrugón y rally.
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