Héme aquí, sentado en un auténtico
cuatrotreinta ejcudería, un rato antes de dar un par de vueltecillas al Jarama.
No hay mucho que contar, la verdad: Mandé un email a un concurso de una conocida revista de coches (la mejor probablemente, aunque el Escueto ya no participe) y me tocó. La experiencia ha sido inolvidable, quizá no tanto por el cambio del pandita al pepino éste como por haber rodado por fín al otro lado de la barrera, que era uno de los asuntos que tenía apuntados en mi lista de cosas que hacer antes de palmar.
Y tomayá, con un Ferrari que na menos...
Esa tarde llovió lo suficiente como para que a los responsables les palpitase el esfínter y nos dieran la opción de cambiar de día o esperar a que escampase. Y ahí estuvimos mi hermano y yo esperando a que se secara un poco la pista, poniéndonos moraos de bizcolates industriales y zumo de cartón, que junto a algún otro bollo del mercadona y un grifo con agua completaban el catering de los superdeportivos.
La pena es que después de la espera nos acongojaron diciéndonos que tuviésemos muchísimo cuidado, que eran muy delicados de conducir, que se iban mucho, que no acelerasemos de golpe... vamos, que me monté en el coche como si llevara cristal de bohemia en la guantera. Entre eso y que no sabes a ciencia cierta si vas muy fuerte o muy flojo (mi referencia es el pandita!) pues como que no aprovechas el asunto. Al final, de las dos vueltas pertinentes, una la das pisando huevos y la otra clavando frenos por que no te has acostumbrado al tacto de los pedales. Cuando por fín te decides a echarle bemoles, resulta que ya estás bajando Bugatti, frenando para las últimas curvas y quietooo no te embales que tienes que entrar en boxes.
Me hubiera gustado haber rodado un poco más, haber disfrutado un poco del coche y no sólo pasear al joven adolescente que llevaba como instructor. Ni siquiera me dió tiempo a ubicar los relojitos del salpicadero! Las pocas veces que pisé con gusto me se erizaron los vellos del cogote: El sonido del motor cambia de golpe y se hace tan fuerte que por un momento dejé de oir al chavalote que me decía nosequé de poner el volante recto. Incluso conseguí que se encendiera uno de los chivatos del aro de volante para cambiar de marcha haciendo click!
Por lo menos podré presumir de haber conducido un
ejcudería por el Jarama...
Lo más gracioso del rollo superdeportivo es bajarse del coche. Al estar tan bajito, los no experimentados ponemos una pierna a lo Lina Morgan apoyada en el tunel de transmisión mientras la otra la tenemos en el suelo, dando como resultado una pose de lo más lolailo. Comprobado.
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